María Emilia Orozco no se cansa (de joderla), no solo no le alcanza con ser diputada nacional: ahora quiere una banca en el Senado. Seis años más de aire acondicionado, chofer y pasillos alfombrados. La Libertad Avanza, y a ella le conviene mucho mucho, ya que Emilia avanza más rápido que nadie cuando se trata de acomodarse en la próxima nómina. Inmensa vocación de casta, esa pulsión casi sexual por asegurarse la vida a costa del Estado mientras predica, micrófono en mano, que “hay que achicarlo”. María Emilia es contradictoria.
Orozco se vende como “nueva política”, pero ya domina a la perfección todos los trucos de la vieja. Su metamorfosis es casi pedagógica: empezó como contenida de Ahora Patria, siguió como concejal, trepó a diputada nacional y ahora apunta al Senado. Mientras tanto, repite el guión libertario con la precisión de un chatbot: libertad, mérito, esfuerzo, blablabla… hasta que alguien le pregunta por los escándalos que la rodean. Ahí se corta la señal, el ceño se le frunce y comienza a atacar “al periodismo ensobrado”. José Luis Espert hacía lo mismo.
Porque la diputada, aunque se esfuerce en parecer pura, está pegada como etiqueta de vino a todos los nombres incómodos del mileísmo. Primero fue su cercanía con Karina Milei, “El Jefe”, hoy señalada por el famoso 3 por ciento de coimas en licitaciones y contratos turbios. Después, el escándalo Libra, que puso en evidencia cómo la “libertad de mercado” libertaria no es más que una excusa para repartir negocios entre amigos.
Pero la frutilla del postre llegó ahora: Orozco se abrazó al caído José Luis Espert, el economista que encabezaba la lista de LLA en Buenos Aires hasta que un escándalo de proporciones lo sacó del juego. Corrupción, narcotráfico y la sombra de Fred Machado, un nombre que hace temblar más de un escritorio judicial y que la justicia de Estados Unidos tiene trámite de extradición pendiente. Y ahí está ella, la diputada “anticasta”, buscando la foto con Espert como si fuera una estampita milagrosa. Las imágenes no mienten, los discursos sí.
María Emilia Orozco es el espejo roto del mileísmo: en cada fragmento, un reflejo de la hipocresía, del doble discurso, del “no somos lo mismo” mientras hacen exactamente lo mismo. Se presentan como el cambio, pero huelen a naftalina. Y aunque ella jura que está del lado correcto de la historia, cada paso que da la hunde un poco más en el barro de la política que dice detestar.








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