Panorama Político Salteño
El escenario

El ocaso de Sergio “El Oso” Leavy: sin Cristina, sin banca y sin votos

El legislador salteño Sergio "El Oso" Leavy. (Dibujo: NOVA)

A fin de año se termina el mandato de Sergio "El Oso" Leavy en el Senado de la Nación, y con él, también se apaga una de las carreras políticas más inexplicablemente prolongadas de la historia reciente salteña.

El hombre que hizo del servilismo su estrategia y de la obediencia su bandera, termina su paso por el Congreso tal como empezó: de manera intrascendente.

Durante meses, Leavy jugó su última ficha. Intentó, sin éxito, ser el elegido de Cristina Fernández de Kirchner para volver a colarse en una lista, esta vez con el sello de Fuerza Patria. Pero la suerte (y las encuestas) hace rato que no lo acompañan.

Su incondicional lealtad a la jefa espiritual del kirchnerismo no alcanzó para gran cosa: Cristina, pragmática como pocas, prefirió al exgobernador Juan Manuel Urtubey antes que a su viejo adulador norteño.

El resultado fue el esperado. Leavy se quedó sin bendición, sin estructura y sin votos. Pero es aquí donde vino lo peor: como perro abandonado, buscó refugio donde pudo. Y lo encontró, irónicamente, en el oficialismo provincial al que tantas veces fustigó.

El mismo gobernador al que trató de enemigo político hoy le abre la puerta, más por conveniencia que por cariño. Así, el Oso, ya domesticado y en la palma de la mano de Gustavo, se arrastra por los pasillos del poder local mendigando relevancia, a la espera que la providencia y su nuevo jefe lo reciclen en algún cargo.

En el kirchnerismo, en tanto, ya nadie lo reconoce. Lo niegan, lo esquivan, lo olvidan. Surante esta semana fue el propio Sergio Berni el encargado de despegar a Leavy del kirchnerismo: "Leavy es funcional a Sáenz", y esto, para el kirchnerismo, es lo mismo que afirmar: "Leavy es un traidor".

Así, Leavy es hoy un paria político, un exdirigente que pasó de ser "compañero" a ser una nota al pie de la decadencia castiza. Para colmo, su último acto público será funcional a aquello que juró combatir: dividir el voto peronista para favorecer a la derecha libertaria.

Una ironía tan pueril como previsible. El Oso regresa a la madriguera como un traidor por despecho. En el fondo pareciera que jamás le importaron las ideas, la lucha social ni la lealtad, El Oso era motivado por el cargo.

Y es así como se apaga el ciclo de un dirigente que hizo de la política un refugio personal, no una vocación pública. Alguien que acumuló cargos, dietas y privilegios sin dejar una sola obra memorable. Que vivió del Estado mientras se llenaba la boca hablando de pueblo.

Sergio Leavy se va del Senado traicionando, solo, sin votos y sin épica. Quedará en los archivos como ese político que, cuando las papas quemaron, no dudó en traicionar su historia, sus banderas y hasta a su propia jefa espiritual para salvar el propio pellejo.

El último acto de un personaje que, sin hacer demasiado, logró vivir demasiado bien de todos nosotros durante más de veinte años.

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